Etiquetas

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Infancia

Las alegres y pueriles risas henchían el aire en un día apacible del cálido estío, mientras las ruedas de la bicicleta giraban y giraban al compás de las más disparatadas piruetas. El camino desfilaba ante nosotros en una sucesión sin fin de árboles, ramas y campos teñidos de tonos multicolor.


Solíamos acomodar las bicicletas en la entrada a los viejos depósitos renegridos del ferrocarril, donde nuestra fantasía revoloteaba por los más recónditos rincones del destartalado y ruinoso inmueble. Las telas de araña bailoteaban al son del viento que se filtraba por los vidrios destrozados.


Al fondo , el intercambiador (aparato que permutaba el sentido de la máquina) nos desplazaba en el tiempo a un mundo remoto en el cual nosotros gobernábamos el artilugio a nuestro antojo, ora para aquí, ora para allá.


Los vagones estáticos, herrumbrosos y desvencijados daban paso al interior de confortables asientos en los que nos acomodábamos aguardando arrancar. La rodadura mecánica de las ruedas era pasto de la fuga ( tal vez no casual )de los rodamientos que se mudaban en artefactos provechosos y eficaces (no existían mejores canicas).


La iconografía variada del tren se desvanecía enigmáticamente para reaparecer visible y lustrosa, quien sabe si al lado de un póster del Gran Héroe Americano.
Y ya para terminar, no debemos obviar ese maravilloso y desconchado armario en el cual una pila de vetustas y apergaminadas revistas amontonadas nos instruyó en nuestra educación revelándonos el camino secreto hacia la gloria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario